“Esto no puede estar sucediendo”, me dije cuando supe por primera vez que un gran terremoto había sacudido el norte de Japón. Lo mismo cuando escuché que un devastador tsunami había seguido al terremoto. Igual cuando me enteré de que la planta nuclear de Fukushima estaba fuera de control después de haberse quedado sin energía. “¿Puede todo esto pasar a la vez?”, me pregunté. Tristemente, la respuesta resultó ser “sí”.
Pero primero las buenas noticias. Nuestros amigos y colegas japoneses, al igual que sus familias, están a salvo y han sido todos localizados. No hubo daños en nuestras fábricas y locales. Aunque todo esto es reconfortante, es un pobre consuelo comparado con la severidad de lo que sigue ocurriendo en Japón.
Aunque nuestro trabajo diario nos distrae, lo mismo no puede decirse para miles de japoneses cuyas vidas han cambiado para siempre. No puedo creer que haya alguien que no haya quedado conmovido por lo ocurrido en el país del sol naciente y no sienta al menos algo de culpa acerca de lo afortunados que somos por no haber sido damnificados. ¿Pero qué podemos hacer? ¿Cómo podemos colaborar?
En lugar de viajar a Japón y ofrecer ayuda, un apoyo realista es donar dinero a los profesionales más capacitados para las labores de rescate. Para hacerlo, visite el sitio Web de la Cruz Roja estadounidense:
La lección de esta tragedia, como todas las demás, es nunca creer que tenemos comprada nuestra vida, y siempre dar gracias por cada día. Mientras tanto, a todos nuestros amigos, colegas y todo el pueblo de Japón, ofrecemos nuestras más sinceras condolencias, rezando por su pronta recuperación.
